17.1.10

Hace muchísimo tiempo que no actualizaba el blog. La verdad es que no se porqué dejé de escribir. Tal vez fue vagueza o quizás el dolor me lo impedía. En Septiembre mi corazón se hizo añicos. Se lo avisé mil veces o incluso más, pero no sirvió de nada, cuando se empieza a olvidar sin quererlo se acaba olvidando, aunque te niegues y empeñes todo lo que tienes. Fue eso exactamente lo que le ocurrió. Quiero creer que se olvidó de mí sin más, que nadie influyó en su decisión de alejarme de su vida porque sino perdería mucho su existencia en la mía. Se fue cuando más le necesitaba, cuando más sola me sentía y no había nadie, nadie que me consolara. Más aún me dolió su partida cuando a pocas semanas ya había reconstruído su corazón. Ya volvía a sentir el calor humano en sus brazos y podía besar con una sonrisa en la boca. Verle tan alejado de mí y mirarme yo al espejo y verme tan pequeña. No quise pronunciar nunca más la palabra amor, la desterré completamente de mi vocabulario. Ese dolor que quema hasta los huesos, los temblores que acaban arrojándote a la depresión, eran más y más frecuentes en mí. Cuando creí que todo lo malo se había marchado y todo sería felicidad, volvió a aparecer. Ni siquiera mis amigos consiguieron arrancarme una tibia sonrisa. Además de todo esto, perdí a otra persona muy importante, mi abuelo. Nunca podré olvidar cada chiste malo que me contaba, cuando me hacía rabiar de pequeña, cuando me enseñó a tocar la guitarra, a cantar, a bailar. No podré olvidar nunca cada abrazo o cada beso en la frente, sus preciosos ojos verdes, ni tan siquiera podré borrar de mi mente el nombre de su mejor guitarra, Alejandra. Se me juntó todo en un solo mes. No sabía ni cómo respirar, no sabía vivir. No podía seguir así, necesitaba cambiar, volver a ser la misma niña alegre de siempre. Esa a la que todo el mundo acude, esa niña que sonríe y llena cualquier habitación de luz. Un sábado, tres de octubre, quedé con dos amigos míos de Córdoba. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos y decidimos quedar aquel día. Nos lo pasamos de miedo. Estuvimos en el río, comimos en el centro y por la tarde fuimos a Nervión. A nosotros se unió Bea, que quiso venir con nosotros. Yo sonreía todo lo que podía, es decir, casi nada. Estuvieron todo el tiempo haciéndome reír y contando chistes super malos. Pasamos por un puesto de chucherías y Alex, uno de mis amigos, me compró mis gomitas preferidas. Aquello arrancó de mi corazón una amplia sonrisa y a partir de ahí empecé a sonreír más. Hubo un momento en el que Alex me cogió de la mano, inocentemente. Me sentía verdaderamente bien. Y por la calle haciendo el tonto con él era muy divertido. Nos fuimos a un parque y estuvimos hablando de muchísimas cosas. Contando mil chistes malos y riéndonos a más no poder. Era todo tan perfecto que por un momento se me olvidó toda la pena que tenía dentro. Estar sentada en sus piernas imitando a una niña pequeña sentada encima de Papá Noel era demasiado infantil y maravilloso. Llegó el momento de acompañarlos al tren. Yo no quería. Sabía perfectamente que cuando me encontrara sola me hartaría de llorar y volvería mi pena a brotar de mi corazón. Bajando por la rampa mecánica decidimos echar un pulso de ojos. Y como si de dos imanes se trataran, nuestras cabezas se acercaban cada vez más. Llegamos a traspasar el último centímetro un poco, pero todavía había un gran abismo entre su boca y la mía. Un abismo que no podíamos cruzar. Yo por mi pena tan reciente y él porque ya pertenecía a alguien. En ese momento quise morir, quise olvidar todo el día que habíamos pasado. No quería más complicaciones en mi vida y menos de este último tipo. Se fueron y me quedé sola en aquel andén unos segundos. Repasé mentalmente todas y cada unas de las frases que ese día escuché de sus labios y sentí como un escalofrío recorría rápidamente todo mi cuerpo. Un escalofrío que no me gustó nada de nada. Llegué a mi casa y a la hora e irme a dormir mi móvil comenzó a sonar. Era él, que quería hablar. No sé porqué pero la pena volvió a desaparecer de mi rostro. Estuvimos muchísimo tiempo hablando. Así nos llevamos unos cuantos de días. Descubriendo cosas entre los dos, cosas tan comunes que no parecían ser ciertas, pero sí, lo eran. Yo no sabía qué estaba haciendo. Estaba ilusionándome de nuevo y encima él estaba con otra persona. Me dolía hablar con él, porque con cada palabra más me latía el corazón. Llegó a decirme que me amaba. No podía con esa situación, me estaba mantando poco a poco. Hasta que un día me dijo que podía amarme solo a mí, que ya nada le ataba. Y sin saber muy bien porqué me alegré de que fuera así. Volvimos a quedar, pero esta vez los dos solos, y estuvimos paseando por el río. Nos sentamos en la calle Betis a contemplar el agua y a tomar el sol, que aunque estábamos en Octubre, hacía muchísima calor. Mirarle a los ojos y verle sonreír era maravillosamente perfecto. Mi corazón mi gritaba dolor y yo me puse dos tapones en los oídos para no escucharlo, para centrarme en esa mirada tan bella que tenía de frente. Me abrazó contra él y me dijo al oído que me quería y me derretí como un helado en pleno mes de Julio. Le miré una vez más y nos quedamos callados y quietos, como esperando algo. Y sucedió. Mi cuerpo se abalanzó sobre el suyo y nuestras bocas se unieron en un beso. Cerré los ojos fuertemente, como con miedo. Sentir nuestros labios juntos era tan mágico que creí estar en las nubes. Desde entonces, me fui enamorando poco y fui olvidando aquel desengaño del pasado. A día de hoy puedo decir orgullosamente que estoy enamorada de él, que mi vida gira en torno a él. He encontrado a esa persona que buscamos todos y sí, él es esa persona. Esa persona que se complementa en todo contigo, aquella persona que te cuida y te ama hasta en los peores momentos, esa que no te deja sola bajo ningún concepto. Son casi tres meses los que llevo a su lado y me han parecido una eternidad tan bella que no me importaría vivirla para los restos de mi vida. Solo me queda decir que doy gracias a todos aquellos que se han atrevido a retarme de alguna manera. Gracias a aquellos me he dado cuenta de que soy mucho más fuerte que antes. También agradecerle a todas las personas que han sabido cuidarme y que no me han dejado sola nunca. Le debo toda una vida de agradecimientos. Y en especial a Alex, porque hoy día no sería nada sin él...
241009 (L)
aLee*