8.6.10

Y me encontraba allí, delante de él, suspirando por sus huesos, deseando que me besara otra vez, anhelando el contacto de su piel. Pero no dijo nada. Primero tocó mis cabellos, jugó con cada mechón castaño y acercó su nariz para olerme. Me miró vivazmente a los ojos, como temiendo perder algo. Después inclinó su cabeza y acercó sus labios a los míos. Cerré los ojos con fuerza y apreté su mano fuertemente. Cuando solo quedaba un escaso milímetro se paró. Por un instante pensé que todo era un sueño, pero no, abrí los ojos y seguía allí.
-¿No me vas a besar? -Le dije, dificultosa, ya que el deseo de besarle era más fuerte que mis palabras.
-Antes quiero pedirte algo.
-Lo que tu quieras.
-No me dejes nunca.
-Sabes que estaré a tu lado hasta que te hartes.
-Lo suponía pero, escucha una cosa, yo nunca me hartaría de ti.
Y justamente después el espacio desaparece, sus labios besan los míos, su corazón abraza a mi corazón, su piel se conecta a mis sentidos. No he sido tan feliz, nunca, hasta que llegó él e iluminó mis días más oscuros. Y no volvieron a dolerme las manos de frío nunca más. Y el deseo gira en espiral, porque mi amor por él es total y es para siempre. Eso es lo que pasa cuando le entregas todo tu corazón a alguien.

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